Es lamentable, pero es así. Los españoles, sin saberlo, la
mayoría sin haber pisado nunca una sala de juego, llevamos meses jugándonoslos ahorros
y el futuro de nuestros hijos en un casino sin reglas, en el peor de los
casinos, donde la banca, que juega con una mano atada a la espalda, siempre
pierde, en favor de los peores delincuentes, esos que no tienen nombre ni
rostro y se dedican a acosar y devorar una a una a las ovejas encerradas en el
corral del euro, ante la pasividad del pastor, al que la soberbia impide acudir
en auxilio de las víctimas.
El terreno de juego de este casino es una especie de redil
del que no puede salir el ganado, mientras el lobo entra codicioso y sale con
las barbas ensangrentadas siempre que quiere. El ultra liberalismo en lo
económico, lo moral y lo social es harina de otro costal, ha llevado a desregular
las bolsas y los mercados con el mismo entusiasmo que se ha puesto en maniatar
a los responsables de cada uno de esos países-oveja, a los que sólo les queda
esperar su turno arrinconados, confiando en que el lobo se entretenga con sus
compañeras lo bastante como para que el pastor se decida por fin a intervenir.
El mercado de la deuda se ha convertido en eso: un casino
sin reglas en el que el que más tiene gana y en el que la ansiedad es el peor
consejero a la hora de apostar. Además, como en todos los casinos, las trampas
están a la orden del día, porque siempre hay un crupier o un jefe de sala
dispuestos, a cambio de una buena propina, a hacer la vista gorda ante
determinadas situaciones.
Cómo se explica entonces que unos y otros, responsables
españoles y comunitarios, tomen siempre la decisión equivocada, la que más
perjudica a los países en apuros y más beneficia los especuladores. No sé si
son la ansiedad y los nervios, si es sólo ineptitud o acaso malicia, pero lo cierto
es que, cada vez que España saca su deuda a pasear unos y otros hacen y dicen
lo que más en riesgo la pone. Ayer mismo lo escuché de un oyente de Radio
Nacional "parece como si hubiesen puesto -decía- a los más tontos al
frente del cotarro" aunque maliciosamente se preguntaba si no sería al
contrario, porque, si se observan con la distancia y frialdad suficientes
algunos resultados, a uno le entran dudas, y con todo el derecho, sobre las
verdaderas intenciones de quienes las toman.
Son miles de millones de euros los que han cambiado de manos
desde que comenzó esta crisis y tengo derecho a pensar esto que escribo.
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