En el Londres victoriano que tan certeramente dibujó Charles
Dickens en sus novelas, los pobres se hacinaban en callejones húmedos e
insalubres, en los que se acumulaban suciedad que compartían. junto a las aguas
estancadas las ratas portadoras de enfermedades y los niños demasiado pequeños
aún para trabajar en talleres, fábricas y minas. Hoy no. Hoy los callejones
crecen hacia el cielo, hoy son torres de pasillos y escaleras estrechas, en las
que hacinan los de siempre, los menos afortunados, los inmigrantes, los
parados, los ancianos sin recursos, todos, con sus niños y sus problemas.
Por eso la tragedia que desde hace dos noches conmueve al
mundo no surge de las páginas de alguna novela escritas por el genio británico,
entre la denuncia social y el culebrón, con buenos y malos, con héroes y
villanos que se mueven entre la miseria y la grandeza, no. La tragedia nos
asalta en el salón de nuestras casas o en esa cafetería con el televisor
eternamente mudo que escupe sus imágenes a quienes apuran un café o una caña en
la barra. La tragedia no es esta vez la historia de una imparable caída a las
cloacas que vierten en el Támesis. La tragedia es hoy una torre, una tea
virulenta, en la que se hacinaban centenares de personas, de todas las edades,
también con ancianos y niños, enfermos y sanos, de todos los colores, lenguas y
religiones, a lo que lo único que les unía era la desgracia de no poder vivir
en otro sitio más que allí, hacinados en torres, porque la sociedad
"alegre y confiada" de siempre necesita ahora sus callejones junto al
río para disfrutar de cenas y cervezas en sus terrazas. Sus torres son como
esas cajas de zapatos, puestas unas encima de otras, en las que se oculta lo
que no se quiere ver.
La torre Grenfell, la que ardió hace dos noches está relativamente
cerca de Hyde Park, en el barrio de Notting Hill, hoy "gentrificado",
pero tradicionalmente habitado por inmigrantes procedentes de las colonias
británicas del Caribe. Estoy seguro de que en esa torre se había
"refugiado" mucha de esa gente, a la que los
"gentrificados" precios de sus viviendas" de siempre",
había expulsado hacia las alturas, en una torre remodelada y
"adecentada" en su exterior con unos paneles plásticos, baratos y
fáciles de instalar, que se convirtieron en la brea que toda buena tea necesita
para arder sin remedio.
No me cabe la menor duda de que gran parte de la
responsabilidad de lo que ha pasado con la torre Grenfell hay que buscarla en
esa marea especulativa que arrastra a quien no puede resistirse hacia ratoneras
sin condiciones de comodidad, salubridad y seguridad, mientras "los de
siempre" se quedan con sus casas, humildes, pero con encanto, para
adecentarlas y ponerlas a disposición de quienes sí pueden pagarlas.
Se hace necesario investigar ceniza por ceniza las causas de
ese incendio. Habrá que saber por qué no se emplearon en la remodelación
materiales seguros y adecuados, habrá que saber por qué las alarmas contra
incendios no funcionaron, habrá que saber por qué no se atendieron las quejas
de los vecinos que advertían que, tal y como estaba el edificio, forrado de
material altamente combustible, el que se produjese un incendio era sólo
cuestión de tiempo.
Pero nadie les hizo caso. Para la mentalidad de "ratas
de despacho" de los responsables de turno, lo único que importaba era que
la reforma se había hecho y que había sido barata. El resto no importaba.
Desde que Margaret Thatcher llegó al poder eso es lo único
importante: no gastar para poder bajar los impuestos, siempre a los ricos, los
suyos, con la complicidad, eso sí, inconsciente y necesaria de roda esa gente
que de una manera suicida les cree, sin pensar que puede acabar sus días
encerrada en una torre en llamas, barata, pero en llamas. Pero no sólo el Reino
Unido y no sólo la derecha se apuntó a la guerra de impuestos desatada
entonces. Las recetas contra la crisis que se aplican desde Europa son hijas de
aquella política de privatizar lo público, trenes, viviendas, hospitales y todo
lo demás, para, con la excusa de modernizar la gestión, repartir el botín entre
los amiguetes.
Hoy sabemos, también en España, que los recortes matan, día
a día y en silencio, a los ancianos y enfermos que deben privarse de las
medicinas que necesitan por no poder pagarlas, a quienes se quitan la vida que
ya no tiene sentido para ellos sin trabajo, sin hogar, sin esperanzas. Pero, y
por desgracia, también sabemos que matan obscenamente, escupiéndonos sus
muertos a la cara en los telediarios, sin que sepamos muy bien, al menos yo,
como nos dejamos hacer lo que nos hacen.
2 comentarios:
Gran reflexión ...
Así me he enterado yo, en un bar, antes de ayer por la noche, con una televisión eternamente muda escupiéndome sus imágenes a la nuca.
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