No me tengo por muy listo, pero sí me creo buen observador y
procuro vivir al día de lo que asa, estar informado, aunque me falta, lo
reconozco cultura de partido y, si me falta, es porque nunca, a pesar de que no
me faltaron ofertas para hacerlo, nunca quise militar en uno. Soy demasiado
celoso de mi libertad y no soporta que me impongan lo que tengo que decir o
pensar.
Quizá por eso no me queda más remedio que atribuir a esa
cultura de partido, equivocada, por cierto, la ceguera que ha llevado al PSOE,
empujado por algunos dirigentes con más pasado que futuro, al borde de un
precipicio en el que, gracias a la rebelión de las bases y a la decisión de un
destituido Pedro Sánchez, enrabietado y cargado de razón, que escogió dar la
batalla al aparato, no llegó a caer. A esa cultura de partido y a los intereses
espurios de todos esos dirigentes de los que os hablo, a los que importa ya más
su bienestar que el de toda esa sociedad a la que un día prometieron servir.
No puedo creer que un tipo tan listo como Felipe González,
con un olfato para la política difícilmente discutible, haya podido cometer el
error de pensar que, de la noche a la mañana y en plena crisis, un país como
España, socialmente de izquierdas, podría consentir sin inmutarse verse
entregado de pies y manos a los intereses de las multinacionales y la banca
especuladora, verdaderos responsables de todo lo que le está pasando.
Porque no puedo creer que este viejo sabueso de la política,
el que puso a España en el mundo y, querámoslo o no, transformó el país para
siempre, al menos de momento, haya perdido su legendario olfato. Más bien al
contrario, creo que, si se ha empeñado en estos últimos tiempos en confundir la
prosperidad del país, tomado como un ente abstracto a la de los individuos que
lo forman, es porque lleva demasiado tiempo codeándose con esas amistades
peligrosas, Carlos Slim entre ellos, que saben que el perro más fiero se rinde
ante un buen hueso y que, a quien durante tiempo fue para nosotros Felipe a
secas se le gana con unas plácidas y largas vacaciones en el Caribe o en la
Andalucía que baña el Atlántico y con unas cuantas palmaditas en el lomo de su
ego, verdadero talón de Aquiles de quien tanta ilusión despertó un día en
nosotros.
No tiene explicación su ceguera, convenientemente reforzada,
por cierto, desde las páginas del diario EL PAÍS, tan decepcionante en su
trayectoria como el mismo González, no tiene explicación o, al menos, no tiene
otra explicación que su entrega con armas y bagajes a la causa de los Carlos
Slim de turno, cuya ambición no tiene límites y es incompatible con nuestro
bienestar y nuestra felicidad. Por eso se dejó cegar, como algunos héroes se
dejan cegar por la belleza del canto de las sirenas que revolotean en las aguas
más procelosas.
No tiene explicación, si no es por esa ceguera inducida, que
haya pretendido arrastrar a su parido, con Susana Díaz como intermediaria hacia
unos postulados que, lo acabamos de comprobar en el Reino Unido tienen los días
contados. Tanto es así, que la misma Díaz, superada la furia y la depresión en
las que la sumió su humillante derrota en las primarias y de la noche a la
mañana, se ha empeñado en una crisis de gobierno en Andalucía, en la que la
izquierda y la juventud, tan denostadas hasta ahora por ella y los suyos, son
valores en alza.
Tampoco tiene explicación que los Bono, los Guerra, los
Zapatero, los Almunia, los Fernández Vara, los Tximo Puig, los Lambán o los García-Page,
salvo que tuviesen una pinza dorada en la nariz, no se oliesen la tostada
puesta al descubierto en las últimas encuestas, en las que el giro a la
izquierda al que se supone conduce la victoria de Sánchez en las primarias está
dando lugar a un crecimiento en la intención de voto al PSOE, que se
distanciaría de Podemos, recuperando los votos prestados y un alza en el
prestigio de su líder que pasa a ser, el líder mejor valorado para ocupar La
Moncloa.
Por eso no hago otra cosa que preguntarme en que estaban
pensando los venerables ancianos de ese sanedrín en que se había convertido el
aparato del PSOE. Me lo pregunto y creo tener la respuesta, aunque mi
conciencia de ciudadano de la izquierda me impide verbalizarla, de tanto
sonrojo como me produce.
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