De todo lo sucedido en los últimos días, me vais a permitir
que me detenga en un personaje y unos hechos que quizá hayan quedado eclipsados
por la dimisión del fiscal Moix, acorralado por su escaso respeto a la verdad,
o la estúpida masacre del puente de Londres. Me refiero a la presidenta de la
comunidad de Madrid, a la que pudimos ver el viernes, en su comparecencia ante
la comisión que investiga la concesión de los servicios de cafetería de la
Asamblea de Madrid a Arturo Fernández, como una Cruela de Vil, tratando de
aparentar sin éxito la inocencia de un Bambi solo y asustado en medio del
bosque repleto de cazadores.
Cifuentes perdió los papeles y se mostró como una mujer autoritaria,
cínica y faltona, adornada con una voz más propia de un sainete de Arniches que
de quien pretende ser la presidenta de todos y cada uno de los madrileños.
Gritona, nerviosa e insegura, aconsejada por no se sabe quién, hizo su entrada
en la sala de la comisión tal y como la heroína triunfante aparece en las
apoteosis en las zarzuelas, con el traje blanco de la inocencia y luciendo en
el pecho, como desagravio a la misma Guardia Civil, cuyo trabajo puso en duda,
la insignia que le impuso el cuerpo mientras fue delegada del Gobierno en
Madrid.
Pura parafernalia y puesta en escena de quien se cree
injustamente tratada, porque siempre se ha querido al margen de la ley. Puro
pataleo de quien piensa que dar su voto a decisiones injustas, a sabiendas de
que lo son no tiene por qué tener consecuencias, quizá por la costumbre de
tomarlas un día sí y otro también. Indignación de quien piensa que un socio
parlamentario, en su caso el portavoz de Ciudadanos en la comisión, es poco
menos que su esclavo y que debe guardar silencio ante las irregularidades cometidas
por su partido.
Quizá por eso, sus palabras más duras, su descortesía más
evidente, sus momentos más "Aguirre", los tuvo con César Zafra, de
Ciudadanos, no sin renunciar a propinar golpes bajos a Ramón Espinar, de
Podemos, a cuenta de su afición por la Coca Cola o la imputación de su padre en
el asunto de las "tarjetas black" de Bankia, ella que tuvo, siendo
delegada del Gobierno en Madrid, a su marido en busca y captura en casa. Tuvo
con ellos la misma actitud altanera y retadora que tuvo para con la Guardia
Civil, primero, la UCO, después y, finalmente, el autor del informe dirigido al
juez que instruye el llamado "caso Púnica", corrigiendo el tiro, ella
que es hija de militar, según iba viendo los daños colaterales de su fuego
amigo para con el cuerpo.
Es lo que tiene la costumbre de haber estado encima del
machito y no soporta que los de abajo, los que ha tenido bajo su manso o no estaban
en la Asamblea cuando ella llegó hace veinte años se permitan poner en duda,
aunque sea con claros indicios, si no con pruebas, su honestidad en la toma de
decisiones como la señalada de adjudicar el servicio de restaurante del
parlamento madrileño a la empresa del imputado amigo de Esperanza Aguirre,
autor confeso de donaciones al PP, desde sus empresas o desde la patronal
madrileña.
Cifuentes, rebosante de felicidad y madridismo, se dio un
baño de multitudes y se mostró exultante ayer, al recibir al triunfante Real
Madrid, sin mostrar un sólo gesto de aflicción ante la matanza del Puente de
Londres, pese a haber madrileños afectados y a que el Real Madrid venía, como
las malas noticias, del Reino Unido.
Se trata de aprovechar el momento, la foto, muy al estilo de
su odiada Esperanza Aguirre, a la que, después de tantos años de compartir
ideas, decisiones y listas financiadas a saber cómo, se parece demasiado.
Hubo quizá un tiempo en que Cristina Cifuentes consiguió, a
base de "hacerse la rubia" dar el pego, como diría un castizo, pero,
conforme pasa el tiempo pasa, cuantas más cosas sabemos de ella y su partido, a
medida que se va viendo cada vez más acorralada, más se va apareciendo a
Aguirre, a la que, quizá, acabe privando más pronto que tarde del honor de ser
quien pierda para el Partido Popular el gobierno de Madrid.
1 comentario:
La Historia siempre se repite ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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