Uno tiene a veces la sensación de que no existe la realidad
que vive o la de que, al menos, existen dos realidades superpuestas. una la que
le ha tocado vivir y percibir con sus sentidos y, otra, la que viven y perciben
los otros, entendiendo por esos otros a quienes tienen un micrófono, una cámara
o la cabecera de algún periódico a su servicio.
Me pasó ayer con el debate de la moción de censura contra
Rajoy que me tomé la molestia de seguir con mis ojos y oídos y que tenía poco o
nada que ver con los resúmenes que de ella se hacían en los telediarios y
boletines radiofónicos. Sin ir más lejos, yo que, lo re estaba más bien
predispuesto en contra de la portavoz, quedé gratamente sorprendido por su
capacidad para resumir en poco más de dos horas de discurso la historia
reciente de la corrupción en España. Sin embargo, tras una primera y sincera
opinión de Joaquín Estefanía, que llegó a decir a propósito de su intervención
que, con ella, había nacido una estrella parlamentaria, la máquina del poder
mediático se puso de nuevo en marcha, rebajando los elogios, cuando no,
ridiculizando sin piedad a la portavoz y firmante de la moción de
Podemos.
Nadie había hecho hasta ahora, menos en sede parlamentaria,
una disección tan metódica y eficaz del mapa de la corrupción española. Nadie
había descrito hasta ahora, con todo lujo de detalles, a todos y cada uno de
los agentes de la corrupción, nadie los había colocado en los escenarios de sus
tropelías, nadie los había situado en los palcos de los estadios de fútbol, en
los cursos de verano y las jornadas que las empresas organizan con cualquier
motivo o en los salones y comedores en los que, a costa de nuestros impuestos,
se cierran negocios y comisiones por quienes están en disposición de sobornar y
quienes lo están para dejarse sobornar y adjudicar negocios a cambio.
Fue tan minuciosa la descripción y la enumeración de
escándalos en los que se ha visto implicado el PP que Rajoy se vio obligado a
"quemar" tras la intervención de Montero el discurso que traía
escrito de casa contra Pablo Iglesias, un discurso ajeno a lo escuchado a Irene
Montero desde la tribuna y que, como tiene por costumbre, llenó de "chascarrillos"
y de citas difíciles de creer en quien apenas lee otra cosa que el MARCA. Un
discurso que, a quienes no quieren oír algunas cosas, especialmente la
verdad, les pareció no sólo brillante, sino demoledor.
A mí, que, para monólogos, prefiero algunos canales
especializados y que, para humoristas me quedo con los profesionales, el de
Rajoy me pareció un discurso decimonónico y vacío, con olor a naftalina y
propio de un modo de hacer política, de espaldas a la gente, que deseo ver
desterrado de mi país. Es ese tipo de discursas, lleno de grandilocuencia y de
ripios, de fuegos de artificio tras los que ocultar la vaciedad del mensaje.
Sin embargo, como dejó sentado la factoría Moncloa, es ese el discurso que
prefieren, porque, como dijo una "fuente" del Gobierno, es preferible
mentir a aburrir.
Si es por eso, Rajoy cumplió con el propósito, porque tras
su socarronería, estropajo incluido, apenas hubo verdades ni respuestas, ni
siquiera en esas letanías de datos que diligentemente le suministran para estas
ocasiones, convenientemente filtrados, claro está, de disgustos. Lo hacen a la
perfección, no puedo negarlo, porque con una frasecita de aquí, un gesto de
allá, un comentario generoso y poco más, convencen a quienes, por conveniencia,
quieren ser convencidos.
También se dice que tanto esfuerzo, discursos de más dos y
más de tres horas, y una larga ristra de réplicas y contrarréplicas, resulta
inútil. Y no es verdad, lo dice quien se las prometía felices, con la moción
liquidada en una sola sesión, y tiene que verse encerrado un día más al
menos en el edificio del Congreso. Mala suerte, aunque creo que, para el resto,
resulta más que útil escuchar los que tienen que decirnos nuestros
representantes.
No cabe duda de que el centenar largo de folios que, uno
tras otro, leyó Pablo Iglesias en la tribuna amargaron a más de uno la comida
que llegó tarde y a deshora, un incordio que no fue otra cosa que la respuesta
de Podemos a los planes perfectamente diseñados por el tándem formado por Rajoy
y su amiga Ana Pastor para hacerse con los titulares de las primeras ediciones
de los telediarios. Era su derecho y a fe que lo aprovecharon. Hoy, serán Ciuddanos
y el PSOE quienes tomarán la palabra. Y no es de esperar que unos y otros
aporten nada sensacional, porque nadie se moverá un milímetro de sus posiciones
habituales. Y, menos, a sólo unos días del congreso en el que Pedro Sánchez se
entronizará de nuevo como el secretario general socialista que ya fue, para
disgusto de Rajoy.
Pocas novedades, salvo la confirmación de que como dijo
Pablo Iglesias, con o sin él estropajo que el líder del PP le atribuyó, el PP
necesita una desinfección intensa, tan intensa como la desparasitación que está
necesitando España.
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