viernes, 12 de julio de 2019

PARA CUÁNDO LA FUMATA



Qué ganas tengo de que algo se mueva en este Madrid tórrido, de malas caras y dobles lecturas, que ganas tengo de que la política, por fin, deje de ser un ejercicio de retórica en el que unos, los actores políticos, puedan ser juzgados por sus actos, los buenos y los malos, no como ahora, que el juicio, la opinión,  que nos formamos sobre ellos se basa en lo que estos y aquellos opinan, con conocimiento o sin el de los que se dice que han dicho, sea cierto o no.
Estoy harto de que la vida política de este país se televise dieciséis horas al día en uno u otro canal, en programas dirigidos y presentados por personajes que son de todo menos equilibrados u objetivos, que cosen su colcha de actualidad con parches, convenientemente aislados del contexto, ordenados y acompañados por otros parches convenientemente seleccionados, a fin de construir otra realidad, más morbosa y atractiva, a mayor gloria del ego de ese director-presentador, siempre de acuerdo con los intereses del propietario de la cadena.   
Nos han convertido en testigos obligados de una actividad, la de la política, que transcurre casi todo el tempo entre bambalinas y nos vemos obligados a ver en bucle, con repeticiones de cada jugada y en alta resolución, lo que en más de una ocasión no es sino una mera simulación, una representación falseada, sobreactuada, de las verdaderas intenciones que mueven a los protagonistas del espectáculo.
Lo estamos viviendo desde que, en mayo, hace casi dos meses, conocimos los resultados de aquellas elecciones ya tan lejanas, convocadas por el desacuerdo a la hora de aprobar unos presupuestos que, quienes formen gobierno, sean quienes sean y en el global van a ser los mismos, tendrán que aprobar, so pena de prorrogar los últimos presupuestos de Rajoy.
Pues bien, quienes tienen que ponerse de acuerdo, para formar gobierno primero y para elaborar esos nuevos presupuestos, no parecen ser consciente del vodevil en que han convertido la vida política de este pobre país, acostumbrado al sacrificio involuntario y a que el destino no arregle, pero sí palíe, lo que quienes deberían arreglarlo parece no importarles. Los medios han hecho estilo de lo que en mis primeros años de carrera me enseñaron como el mejor método para desinformarnos: saturar nuestros canales de información.
A veces pienso que la iglesia, que como le ocurre al diablo sabe más por vieja que por iglesia, halló la en el cónclave el método ideal para formar su gobierno: encerrar a los cardenales, de alguna manera sus diputados, hasta que no diesen con el nuevo papa. Una fórmula en la que, por cansancio o por lo que sea, acaba saliendo el nombre de quien encabezará hasta su muerte, clara u oscura, o hasta su dimisión, mejor o peor explicada, el gobierno de la mayor y más poderosa empresa sobre la Tierra.
Sería un buen método, quién sabe, desde luego mejor que este carrusel de filtraciones, rumores más o menos fundados y opiniones sobre rumores y filtraciones, en el que nadie dice la verdad del todo y en el que el tremendismo, de Vox o de quien sea, es el rey. No puede ser que ese u otro partido, con sus desplantes y sus vetos consigan paralizar la vida política real, no la otra, taquicárdica ella, que, para nuestra desgracia, goza de demasiado buena salud.
Pedro Sánchez habló ayer de modificar la Constitución, creo que el artículo 99, para evitar que esta parálisis vuelva a producirse. Me parece importante que alguien tome la iniciativa. Muchos lo han insinuado, pero sólo hasta que han formado gobierno, aunque haya sido a trancas y barrancas, pero, a partir de ese momento todo se olvida hasta que el electorado se empeñe otra vez en repartir sus cartas para una jugada maldita, imposible de resolver.
No sé si el cónclave, como en la iglesia católica, primar con una cantidad de diputados suficiente a la lista más votada o establecer una segunda vuelta electoral en la que los ciudadanos den su visto bueno o no a las alianzas establecidas por los partidos con los resultados de la primera en la mano, pero algo habrá que hacer, porque vivir otra vez esta agonía bufa de fatales consecuencias, puede acabar con nuestra fatigada democracia.

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