Qué ganas tengo de que algo se mueva en este Madrid tórrido, de
malas caras y dobles lecturas, que ganas tengo de que la política, por fin,
deje de ser un ejercicio de retórica en el que unos, los actores políticos,
puedan ser juzgados por sus actos, los buenos y los malos, no como ahora, que
el juicio, la opinión, que nos formamos sobre ellos se basa en lo que
estos y aquellos opinan, con conocimiento o sin el de los que se dice que han
dicho, sea cierto o no.
Estoy harto de que la vida
política de este país se televise dieciséis horas al día en uno u otro canal,
en programas dirigidos y presentados por personajes que son de todo menos
equilibrados u objetivos, que cosen su colcha de actualidad con parches,
convenientemente aislados del contexto, ordenados y acompañados por otros
parches convenientemente seleccionados, a fin de construir otra realidad, más
morbosa y atractiva, a mayor gloria del ego de ese director-presentador,
siempre de acuerdo con los intereses del propietario de la cadena.
Nos han convertido en testigos
obligados de una actividad, la de la política, que transcurre casi todo el
tempo entre bambalinas y nos vemos obligados a ver en bucle, con repeticiones
de cada jugada y en alta resolución, lo que en más de una ocasión no es sino
una mera simulación, una representación falseada, sobreactuada, de las
verdaderas intenciones que mueven a los protagonistas del espectáculo.
Lo estamos viviendo desde que,
en mayo, hace casi dos meses, conocimos los resultados de aquellas elecciones
ya tan lejanas, convocadas por el desacuerdo a la hora de aprobar unos
presupuestos que, quienes formen gobierno, sean quienes sean y en el global van
a ser los mismos, tendrán que aprobar, so pena de prorrogar los últimos
presupuestos de Rajoy.
Pues bien, quienes tienen que
ponerse de acuerdo, para formar gobierno primero y para elaborar esos nuevos
presupuestos, no parecen ser consciente del vodevil en que han convertido la
vida política de este pobre país, acostumbrado al sacrificio involuntario y a
que el destino no arregle, pero sí palíe, lo que quienes deberían arreglarlo
parece no importarles. Los medios han hecho estilo de lo que en mis primeros
años de carrera me enseñaron como el mejor método para desinformarnos: saturar
nuestros canales de información.
A veces pienso que la iglesia,
que como le ocurre al diablo sabe más por vieja que por iglesia, halló la en el
cónclave el método ideal para formar su gobierno: encerrar a los cardenales, de
alguna manera sus diputados, hasta que no diesen con el nuevo papa. Una fórmula
en la que, por cansancio o por lo que sea, acaba saliendo el nombre de quien
encabezará hasta su muerte, clara u oscura, o hasta su dimisión, mejor o peor
explicada, el gobierno de la mayor y más poderosa empresa sobre la Tierra.
Sería un buen método, quién
sabe, desde luego mejor que este carrusel de filtraciones, rumores más o menos
fundados y opiniones sobre rumores y filtraciones, en el que nadie dice la
verdad del todo y en el que el tremendismo, de Vox o de quien sea, es el rey.
No puede ser que ese u otro partido, con sus desplantes y sus vetos consigan
paralizar la vida política real, no la otra, taquicárdica ella, que, para
nuestra desgracia, goza de demasiado buena salud.
Pedro Sánchez habló ayer de
modificar la Constitución, creo que el artículo 99, para evitar que esta
parálisis vuelva a producirse. Me parece importante que alguien tome la
iniciativa. Muchos lo han insinuado, pero sólo hasta que han formado gobierno,
aunque haya sido a trancas y barrancas, pero, a partir de ese momento todo se
olvida hasta que el electorado se empeñe otra vez en repartir sus cartas para
una jugada maldita, imposible de resolver.
No sé si el cónclave, como en
la iglesia católica, primar con una cantidad de diputados suficiente a la lista
más votada o establecer una segunda vuelta electoral en la que los ciudadanos
den su visto bueno o no a las alianzas establecidas por los partidos con los
resultados de la primera en la mano, pero algo habrá que hacer, porque vivir
otra vez esta agonía bufa de fatales consecuencias, puede acabar con nuestra
fatigada democracia.
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