Cuando el pasado fin de semana escuche a Isabel Díaz Ayuso,
la "hierbas" decir que Madrid Central, el leviatán con que Carmena y
los rojos y perroflautas que la acompañaban quisieron acabar con la libertad y
la riqueza de los madrileños, estaba acabando con el Rastro y había atraído a
la delincuencia a las calles de Madrid, me hice cruces, porque, como asiduo del
zoco madrileño desde hace décadas, yo sabía de sobra que la primera de las
premisas de la candidata a presidir, parece que sin remedio, la Comunidad de
Madrid, era falsa, porque el Rastro y sus alrededores gozan de buena salud y es
así, entre otras razones, porque hace ya muchos años que el tráfico se ha
restringido en sus alrededores y domingo tras domingo, madrileños como yo,
gente de toda España y guiris de varios continentes llenan a rebosar sus
calles, llenas de tenderetes y bares, en las que se puede comprar lo mismo una
joya art decó a un barquillo o un pela verduras de los de toda la vida, con
demostración incluida, mientras escuchas música de aquí y de allá, a veces
mejor, a veces mejor y siempre por "la voluntad"
Eso en cuanto al Rastro, al que seguiré yendo se ponga como
se ponga la hierbas, porque estoy más que seguro de que siempre tendrá algo
interesante -ropa, libros, bisutería, música, arte, herramientas, comida o
curiosidades- que ofrecerme, entre otras cosas, porque como todo madrileño
sabe, al rastro hay que ir en metro, dos líneas y cuatro estaciones a su
servicio, en autobús o andando, para desayunar al llegar y tomar unas cañas o un
vermú al regreso. Miente Ayuso en cuanto a la muerte del Rastro y miente a
medias en cuanto a la llegada de la delincuencia, porque sí es verdad que el
centro de Madrid y no sólo el centro se está llenando de chorizos, pero no de
los chorizos a los que ella se refiere sino de otros, de chaqueta y corbata,
algunos colaboradores de gente de su partidos que han decidido invertir las
ganancias de sus "gúrteles" y "púnicas" particulares en
sicaps y otras pantallas tras las que camuflarse para comprar edificios
completos, con o sin inquilinos, para convertirlos en nidos de turistas, convirtiendo
las calles de Madrid en senderos por los que moradores ocasionales arrastran
ruidosas maletas a veces de ida, a veces de vuelta, mientras la vida que dan
los vecinos y los comercios en los que compran va desapareciendo en favor de
las malditas "terracitas" los bares de copas, los restaurantes de
comida rápida y las tiendas de souvenirs, convirtiendo todo el Centro en una
enorme Plaza Mayor sin vecinos, en un enorme decorado que justifique su negocio
de hostels y apartamentos turísticos, matando la vida de nuestros barrios de
toda la vida para convertirlos en un gran parque temático que exhibir en
páginas web de alquiler.
Estos nuevos chorizos agotan, en el mejor de los casos, los
contratos de los inquilinos atrapados en la trampa de sus operaciones
especulativas, para, después, elevar el precio de los alquileres hasta límites
que ni un profesional con trabajo estable y bien pagado puede permitirse, de
mil trescientos euros en adelante, pero que arrendatarios ficticios asumen para
convertir el piso alquilado en otro turístico, no siempre legal, con el
que, en dos o tres fines de semana en el peor de los casos, cubrirían, si
es que el alquiler fuese real, la mensualidad.
No hay más que asomarse a cualquier página de alquileres,
para ver estos pisos por los que antes los vecinos pagaban alrededor de mil
euros hace sólo un año, ofrecidos ahora a más de quinientos euros la noche:
delincuencia y de la peor, porque los especuladores se pasan por los bajos,
como diría un castizo de esos que quieren expulsar de los barrios, el derecho a
una vivienda digna recogido en la Constitución. Sí, la delincuencia ha llegado
a Madrid Central, pero viene de África ni de los barrios bajos, sino del barrio
de Salamanca o de cualquier chalé de Pozuelo o La Moraleja, y si el gobernó o
nosotros mismos no nos defendemos de tanta tropelía, acabaremos en agujeros
insalubres o en pisos, apenas un poco más baratos a kilómetros de ese centro de
las ciudades condenado a muerte por la codicia de unos pocos.
Hoy se ha hecho público un estudio, según el cual los alquileres han subido más de un siete por ciento en Madrid en el últim mes, mientras los salarios apenas lo han hecho, si es que no han bajado. Con es perspectiva, con familias condenadas a la pobreza a causa del alquiler de su vivienda, este país se está convirtiendo en una bomba de tiempo que reventará y sin control cuando menos lo esperemos. El mercado del alquiler de vivienda se ha convertido ya en un sector de alto riesgo sólo apto para los especuladores, a costa de la gente corriente, algo sobre lo que el Banco de España, tan locuaz para otras cosas, aún no se ha pronunciado seriamente. La burbuja, porque es otra burbuja tan letal como lo fue la inmobiliaria, acabará estallando, pero, para entonces, los especuladores, los verdaderos chorizos, los delincuentes de los que debería hablar Díaz Ayuso, se habrán llevado su dinero a los paraísos fiscales de costumbre, desde donde continuarán su labor depredadora en otro país u otro sector, dejándonos ciudades muertas, en las que los vecinos nos sentiremos extranjeros.
Hoy se ha hecho público un estudio, según el cual los alquileres han subido más de un siete por ciento en Madrid en el últim mes, mientras los salarios apenas lo han hecho, si es que no han bajado. Con es perspectiva, con familias condenadas a la pobreza a causa del alquiler de su vivienda, este país se está convirtiendo en una bomba de tiempo que reventará y sin control cuando menos lo esperemos. El mercado del alquiler de vivienda se ha convertido ya en un sector de alto riesgo sólo apto para los especuladores, a costa de la gente corriente, algo sobre lo que el Banco de España, tan locuaz para otras cosas, aún no se ha pronunciado seriamente. La burbuja, porque es otra burbuja tan letal como lo fue la inmobiliaria, acabará estallando, pero, para entonces, los especuladores, los verdaderos chorizos, los delincuentes de los que debería hablar Díaz Ayuso, se habrán llevado su dinero a los paraísos fiscales de costumbre, desde donde continuarán su labor depredadora en otro país u otro sector, dejándonos ciudades muertas, en las que los vecinos nos sentiremos extranjeros.
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