martes, 14 de enero de 2020

DISTINTO RASERO


Lo de ayer fue como a mí me gusta: sin sorpresas. El anuncio del nombramiento de Dolores Delgado al frente de la Fiscalía General del Estado tuvo el mismo efecto que verter ácido sobre cualquier sal, porque pasamos el resto del día entre nubes de humo de colores, oliendo a azufre, como si, con ese nombramiento, se hubiesen abierto las puertas del infierno. Los partidos de la ultraderecha más o menos moderada pusieron el grito en el cielo y allí lo dejaron todo el día, sin haberse molestado aún en bajarlo.
Yo, que, aunque prefiero mirar con los ojos certeros de Sancho Panza, lo hago a veces con la mirada soñadora de Don Quijote, sospecho que la exministra sería la mejor fiscal general posible, porque le sobran experiencia, formación temple y, sobre todo, esa deseable sensibilidad que, como dijo ayer en su despedida la coloca en el lado de las víctimas, de las que, dijo, siempre ha aprendido. Sería, es, la mejor de las candidatas, porque treinta años en la carrera fiscal son muchos años y porque siempre ha estado, al menos esa impresión da, más cerca de la gente de la calle que del armario de las togas.
Yo, como Don Quijote, ante tal revuelo, sólo puedo pensar en el "ladran, luego cabalgamos", pero sé que va a ser duro, como lo ha sido siempre que quien ocupa un cargo clave para las libertades no es de la cuerda de quienes están acostumbrados a pensar en la Justicia como una finca propia en la que cosechan, cazan y pasean.
Llevo, llevamos todos, muchos años, demasiados, sufriendo las consecuencias de los nombramientos que se hacen pensando más en la estética, en el contento de las "familias" de profesionales del ámbito para el que se hacen, nombramientos inanes que sólo sirven para impedir que la vida, las necesidades y los anhelos de la calle puedan empapar y sacar de su anquilosamiento a instituciones en las que el orden y la ceremonia pesan más que la realidad.
El Partido Popular y Vox anunciaron ya desde ayer su fuego graneado contra el gobierno, sin darle un sólo minuto para desmentir con hechos el apocalipsis que anuncian, querellas, debates y, sobre todo, tormentas mediáticas contra quien ya quisieron neutralizar con la baba envenenada de Villarejo, todo encaminado no ya a perpetuar la casta, su casta, en cualquiera de las instituciones del Estado, sino a  protegerse, colocando en ellas a quienes como porteros fieles de fincas nobles, mantienen impecable el portal y el ascensor, impidiendo la entrada a cualquiera que no aparente tener el pedigrí adecuado para sus "amos".
Por eso contestan la elección de Dolores Delgado para ponerla al frente de la Fiscalía, desde donde podría unificar criterios para salir de ese reino de taifas en que se ha convertido, con criterios dispares sobre asuntos similares. La contestan a sangre y fuego, bajo la batuta de Enrique López, magistrado que fuera del Tribunal Constitucional, hasta que unas cuantas copas, su moto y el celo de la policía de tráfico le colocaron en la senda de la dimisión, hasta que el PP, el partido para el que daba y cobraba conferencias, le fue colocando en puestos claves de la judicatura, desde los que proteger a todos esos mentores, torpedeando la instrucciones de más de un sumario.
López es ahora el responsable del área de Justicia en el PP, como lo fue Federico Trillo, responsable de sembrar de minas el camino de todos aquellos asuntos que no eran del agrado de la dirección del PP, Pero, claro, de eso apeas escribe nadie, quizá porque, desgraciadamente, estamos acostumbrados a ese comportamiento en la derecha y sólo nos ponemos exquisitos a la hora de juzgar a la izquierda, distinto rasero para unos y otros, porque, al menos así lo creen, ellos lo valen.
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