Lo de ayer fue como a mí me gusta: sin sorpresas. El anuncio
del nombramiento de Dolores Delgado al frente de la Fiscalía General del Estado
tuvo el mismo efecto que verter ácido sobre cualquier sal, porque pasamos el
resto del día entre nubes de humo de colores, oliendo a azufre, como si, con
ese nombramiento, se hubiesen abierto las puertas del infierno. Los partidos de
la ultraderecha más o menos moderada pusieron el grito en el cielo y allí lo
dejaron todo el día, sin haberse molestado aún en bajarlo.
Yo, que, aunque prefiero mirar con los ojos certeros de
Sancho Panza, lo hago a veces con la mirada soñadora de Don Quijote, sospecho que la
exministra sería la mejor fiscal general posible, porque le sobran experiencia,
formación temple y, sobre todo, esa deseable sensibilidad que, como dijo ayer
en su despedida la coloca en el lado de las víctimas, de las que, dijo, siempre
ha aprendido. Sería, es, la mejor de las candidatas, porque treinta años en la
carrera fiscal son muchos años y porque siempre ha estado, al menos esa
impresión da, más cerca de la gente de la calle que del armario de las togas.
Yo, como Don Quijote, ante tal revuelo, sólo puedo pensar en
el "ladran, luego cabalgamos", pero sé que va a ser duro, como lo ha
sido siempre que quien ocupa un cargo clave para las libertades no es de la
cuerda de quienes están acostumbrados a pensar en la Justicia como una finca
propia en la que cosechan, cazan y pasean.
Llevo, llevamos todos, muchos años, demasiados, sufriendo
las consecuencias de los nombramientos que se hacen pensando más en la
estética, en el contento de las "familias" de profesionales del
ámbito para el que se hacen, nombramientos inanes que sólo sirven para impedir
que la vida, las necesidades y los anhelos de la calle puedan empapar y sacar
de su anquilosamiento a instituciones en las que el orden y la ceremonia pesan
más que la realidad.
El Partido Popular y Vox anunciaron ya desde ayer su fuego
graneado contra el gobierno, sin darle un sólo minuto para desmentir con hechos
el apocalipsis que anuncian, querellas, debates y, sobre todo, tormentas
mediáticas contra quien ya quisieron neutralizar con la baba envenenada de
Villarejo, todo encaminado no ya a perpetuar la casta, su casta, en cualquiera
de las instituciones del Estado, sino a protegerse, colocando en ellas a
quienes como porteros fieles de fincas nobles, mantienen impecable el portal y
el ascensor, impidiendo la entrada a cualquiera que no aparente tener el
pedigrí adecuado para sus "amos".
Por eso contestan la elección de Dolores Delgado para
ponerla al frente de la Fiscalía, desde donde podría unificar criterios para
salir de ese reino de taifas en que se ha convertido, con criterios dispares
sobre asuntos similares. La contestan a sangre y fuego, bajo la batuta de
Enrique López, magistrado que fuera del Tribunal Constitucional, hasta que unas
cuantas copas, su moto y el celo de la policía de tráfico le colocaron en la
senda de la dimisión, hasta que el PP, el partido para el que daba y cobraba
conferencias, le fue colocando en puestos claves de la judicatura, desde los
que proteger a todos esos mentores, torpedeando la instrucciones de más de un
sumario.
López es ahora el responsable del área de Justicia en el PP,
como lo fue Federico Trillo, responsable de sembrar de minas el camino de todos
aquellos asuntos que no eran del agrado de la dirección del PP, Pero, claro, de
eso apeas escribe nadie, quizá porque, desgraciadamente, estamos acostumbrados
a ese comportamiento en la derecha y sólo nos ponemos exquisitos a la hora de
juzgar a la izquierda, distinto rasero para unos y otros, porque, al menos así
lo creen, ellos lo valen.
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