Han pasado apenas dos días y aún no me he acostumbrado a
escuchar "gobierno" y pensar que éste sí es el mío, el que va a
trabajar para mis vecinos, para tantos niños encadenados demasiadas horas a una
tele mal alimentados, matando el hambre y la insatisfacción con ganchitos,
mientras sus padres están en el trabajo o lo buscan, el que, espero, se
va a ocupar de tantos ancianos atrapados en pisos inaccesibles, de los
que sólo salen para ir al hospital y, muchas veces, no volver, ancianos que lo
han dado todo en la vida y malviven de pensiones que más que serlo son afrentas
a la dignidad humana, un gobierno que va a trabajar para que mi hija y todos
esos jóvenes tan preparados, mucho más que nosotros, sus padres, tengan un
trabajo digno y, sobre todo, esperanza, la esperanza necesaria para formar una
familia, un gobierno, en suma, nuestro y para nosotros.
Aún me cuesta, porque, durante siete años, gobierno sonaba a
afrenta, injusticia, prohibición y dolor, porque andaban más pendientes, aunque
sólo fuese de cara a la galería, de vírgenes y cristos que de la gente de carne
y hueso que lo está pasando mal, un gobierno que ha enriquecido a sus amigos y
se ha enriquecido, en dinero y en currículos, mientras abandonaba
"guetizándolos" escuelas y barrios, un gobierno que, en la
universidad, ha levantado barreras insalvables para la gente humilde, la de los
barrios, esa que, ahora, llena la foto "de familia" del que le ha
sucedido, el de Pedro Sánchez.
Aún me cuesta, siete años son muchos años, pero ya me estoy
acostumbrando a pensar que éste es, por fin, mi gobierno. Y no sólo eso, estoy
dispuesto a defenderlo de quienes ya lo están atacando con saña, porque
esperaban no sé qué de él, quizá un suicidio ritual en pantalla grande y
tecnicolor, con demasiados secundarios que quieren ser protagonistas, dispuesto
también a criticar sus errores cuando los haya, pero no a sumarme al coro de
los que se la cogen con papel de fumar, diciendo a los cuatro vientos y a quien
quiere escucharles, no lo que piensan, sino lo que egoístamente les conviene.
Ma van a tener enfrente todos esos que no la han dado ni
veinticuatro horas, para mentir que Pedro Sánchez ha hecho este gobierno
pensando en satisfacer al PP y Ciudadanos, porque acusarles de eso es una
canallada sin nombre. Lo mismo que lo es acusar a Sánchez de haberse olvidado
de quienes le apoyaron, porque ese apoyo, al menos el que le dio el que más se
queja, el voluble Pablo Iglesias, que públicamente dijo una y otra vez que en
su apoyo a la moción no había condiciones.
Del mismo modo, quejarse de nombramientos como el de Borrell
para Exteriores es toda una falacia, porque no se me ocurre nadie mejor que él
para ese cargo en el que, además, la experiencia es vital y Borrell la tiene,
un hombre que ganó las primeras primarias del PSOE y lo hizo en contra del
mismo aparato que entregó el partido al IBEX 35, con la inestimable ayuda del
diario EL PAÍS, hoy en el taller, regalando a Rajoy dos años más de gobierno.
Quejarse también de que Margarita Robles en su toma de posesión invoque la
Constitución es un grave insulto a la inteligencia, porque parecen querer
olvidar que Margarita Robles, siendo una jovencísima juez en el Euskadi de “los
años de plomo”, investigó casos de torturas por parte de guardias civiles, como el secuestro y asesinato de los etarras Lasa y Zabala, cuando eso no sólo era incómodo, sino, ademáis, peligroso.
En cuanto a Grande Marlaska, démosle unos días, entre otras
cosas, porque no recuerdo y no creo que exista un solo ministro del Interior
que pueda satisfacer a la izquierda, ni siquiera los que provienen de la
izquierda. Alguien me dijo una vez que el ministro del interior es el que lleva
el camión de la basura de los gobiernos y que eso mancha y huele. Por eso
confío en que Sánchez haya tenido sus buenas razones para elegir a Grande
Marlaska y que si les, nos, defrauda lo cesará sin tardanza.
Pienso y siento que sea así, que el comportamiento de
Podemos, si no de todo Podemos, ahí está si no la elegancia y clarividencia de
Errejón, sí el de Pablo Iglesias, responde a la maldita maldición de la
izquierda, incapaz de colaborar, aunque no hacerlo implique el suicidio.
Iglesias, que se caracteriza por no prever los comportamientos de lo que, como
su partido, no puede controlar, se ha dado cuenta y tarde de que Pedro Sánchez
ha sido más brillante de lo que él estaba dispuesto a concederle y ha sido
capaz de despertar, con sus gestos cargados de laicismo tranquilo y ven sus
nombramientos, esa ilusión, ese creer que aún es posible, que muchos y quizá yo
el primero ahora sentimos. Lo dicen ya las encuestas, incluso o especialmente,
entre los votantes de Podemos. Lo que ocurre es que por más que nos diga otra
cosa el proyecto de Iglesias es Pablo Iglesias y parece preferir el fracaso de
Sánchez a que éste recupere el electorado que el PSOE le prestó.
Lo que suceda en los próximos meses va a ser crucial para el
futuro de este país y quién sabe si de la misma Europa y por eso me perito
implorar a Sánchez que no nos defraude y a Pablo Iglesias y a sus fieles en
Podemos que no nos rompan esto que acaba de nacer y que tanta ilusión nos
despierta.
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