Quienes hemos tenido la fortuna de ser padres sabemos de
sobra que los hijos son la parte no más débil, pero sí la más sensible, de
nuestro cuerpo. Sabemos que la paternidad y la maternidad nos vuelven más cobardes,
o más prudentes, como prefiráis, entre otras cosas, porque nos cuesta creer que
esos niños que a veces no entendemos o no nos entienden serían incapaces de
arreglárselas solos, sin nosotros. Una idea un tanto soberbia por nuestra
parte, los niños son capaces de soportar lo que ni siquiera imaginamos, pero
nosotros no, nosotros podemos volvernos locos si los niños enferman o nos
faltan, nos volvernos locos sólo por no saber de ellos. Por nuestros hijos, por nuestros niños, somos capaces de hacer o dejar de hacer cosas impensables.
Por eso Trump, ese animal vestido de traje que recibe a
reyes y presidentes, tiranos o no, ese horrendo ser que se abraza a la bandera
como un niño se abraza a las rodillas de su padre para no dejarle ir, se sirve
del llanto de niños separados de sus padres en la frontera sur de los Estados
Unidos para asustar a otros padres que probablemente están pensando en cruzarla
para dar a sus hijos una vida mejor que la que tienen o, simplemente, para
ponerles a salvo de la muerte que galopa a su antojo en su tierra.
Esas imágenes que han dado la vuelta al mundo y que,
finalmente, han obligado al energúmeno de la Casa Blanca a volver sobre sus
pasos no tienen un origen muy claro. Hay quien dice que se grabaron en tiempos
de Obama, el Zapatero de turno al que cargar con la culpa de todo en los
Estados Unidos de Trump, y quizá sea cierto, aunque lo que importa es saber
quién y para qué las ha difundido, quién ha buscado con ellas llenar de congoja
el pecho de los padres y madres a punto de adentrarse en el desierto o de
echarse al agua para poner pie en los Estados Unidos.
Podría ser que hubiese sido la propia Casa Blanca o sus
genios de la comunicación, buscando frenar con ellas las intenciones de quienes
esperan al otro lado de la frontera, o podrían haber sido quienes velan por los
derechos de los migrantes, para avergonzar a quienes se creen con derecho a
todo sobre todos. Da igual quien haya sido. Lo que importa es que, viéndolas,
hemos sentido algo indescriptible en el pecho, un nudo en la garganta que
nos ha devuelto a esa noche en que, siendo niños, solos en la oscuridad creímos
estar solos y perdidos y gritamos desconsolados llamando a nuestros padres.
Ya digo que no sé qué buscaba quien difundió las terribles,
insoportables, imágenes, pero lo que sé de sobra es que, si lo que pretendían
era atar con miedo a los posibles migrantes, el resultado ha sido el de
mostrarnos el hielo que se esconde en el corazón, si es que lo tienen, de
quienes dicen defender la ley y el bien común.
Pero no nos engañemos, no hay que irse a la frontera de
Tejas para comprobarlo. Basta con acercarse a cualquiera de las playas o
puertos a as que llegan pateras cargadas de niños con o sin sus padres y ver
como, una vez atendidos por las ONG, el siguiente paso es la desconfianza y, si
es posible, la repatriación sin garantías al país de origen, sea lo que sea lo que
les espere allí. A veces, incluso, basta con asomarse al barrio, al colegio
público de al lado, para comprobar el calor insoportable que los niños soportan
en sus aulas, un calor que recuerdo sofocante y soporífero en las clases a
primera hora de la tarde y que al portavoz del PP en la Asamblea de Madrid no
le parece tan importante como para justificar la instalación de aire
acondicionado en las aulas, porque dice "ocurre una vez cada veinte
años".
Se nota que Enrique Osorio o no tiene hijos en edad escolar
o, si los tiene, estudian en un buen colegio privado, fresquito y refrigerado,
con sombras en los patios. Se nota que en su casa o en su despacho de la
Asamblea de Madrid no falta el aire acondicionado, aunque puede ser que el
calor le recuerde a su Badajoz natal y le guste. En cuanto a lo del calor cada
veinte años, se ve que no se acuerda del patán Rafael Sánchez Matos, consejero
de Sanidad de Madrid por entonces, para más señas, que recomendó el “dobla,
dobla y dobla”, hasta hacer el abanico para combatir el calor en las aulas y,
de paso, hacer terapia ocupacional. Ambos coincidieron en el gobierno madrileño
y eso no fue hace veinte años.
En cualquier caso, parece mentira que ignoremos de esa
manera el bienestar de los niños que no son nuestros, sin pensar que el futuro
no es nuestro sino de ellos y que, de donde les pongamos y como les tratemos,
dependerá lo que sean, para bien o para mal.
1 comentario:
Muy bien analizado ...
Saludos
mark de Zabaleta
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