Recuerdo haber escuchado al expresidente uruguayo José
Mujica justificar su vida humilde, con ese utilitario que tiene casi tantos
años como él, esa vivienda cómoda y nada más, esa ropa que vestiría cualquier
jubilado de esos que apuran el sol sentados en un banco de cualquier barrio.
Fue en una entrevista reciente y lo hizo con una frase tan simple como incontestable:
"Hay que vivir como se piensa, porque, si no, se acaba pensando como vive".
Parecería que estaba hablando, no de él, sino de Felipe
González, acostumbrado, tras su salida de la política a la vida cómoda y sin
privaciones, la vida muelle, que antes se decía, para, a renglón seguido,
rodearse de algo más que comodidad, cerca del lujo, y, sobre todo de amistades
poco o nada convenientes para quien se empeña en seguir siendo referente para
la desamparada izquierda española.
¿Qué queda hoy de aquel hijo de vaquero, de aquel abogado
sevillano que cautivó a más de una generación de españoles, que quiso, así lo
creímos, que todos viviésemos como él pensaba o que, al menos, eso fue lo que
creímos? Me atrevería a decir que poco o nada. Quizá la altivez y la soberbia
que siempre le acompañó y le hizo perder su primer debate televisivo con Aznar,
porque, como los grandes del fútbol, despreció al contrario y bajó los brazos.
Esa que aún aflora en quien, allá donde va, se ve rodeado de una cohorte de
serviles allegados que se encargan, más allá de garantizarle una lógica
seguridad, de separarles de quienes le creyeron o admiraron,
Hace ya tiempo que González tiene poco o nada que ver con
quienes durante tantos años le votamos. Su paladar ha evolucionado y ahora
prefiere la adulación del poder. No del poder que se somete a las urnas cada
cuatro o más años, sino la del poder heredado o conquistado desde que se
controlan la opinión y las finanzas. Comenzó con Jesús de Polanco, un hombre
con más sentido común y con los pies más en el suelo que sus herederos y
sucesores, para seguir con la cúpula de las grandes empresas, esas que dan
poltronas y sueldos casi por nada, siempre que adornes sus consejos de
administración y camufles más o menos sus decisiones. También, cómo no, hizo
las américas, donde conoció a su gran amigo y patrón Carlos Slim, uno de los
hombres más ricos del mundo, y ya se sabe que para que unos tengan mucho,
muchos han tenido que perderlo casi todo.
Hoy, Felipe González que renunció en su momento a formar
parte del Consejo de Estado para formar parte de consejos de administración y
asesorías disfrazadas de amistad, es amante de esa vida que os decía antes, de
los lujos pequeños y grandes. Comparte los gustos de sus amigos y gusta de
pescar en alta mar y de amanecer en el campo, rodeado de hectáreas, no las que
se han publicado, pero sí bastantes más de las que el hijo de un vaquero podría
haber soñado poseer alguna vez. Gusta también de la vida tranquila, de los
encuentros a uno y otro lado del mar, aunque aún no ha renunciado a, de vez en
cuando, convertirse en la voz de la experiencia, en el habitante del Olimpo de
la política que viene a corregir a las insolentes bases de su partido que,
también de vez en cuando tienen la osadía de quejarse de su destino.
Acaba de hacerlo al declarar a una televisión que en España
no hay corrupción política, sino un descuido generalizado generalizada, Curiosa
reflexión de quien, probado y condenado en los tribunales, tuvo bajo su silla
el primer gran caso de corrupción política cuando, a través de FILESA, las
grandes empresas españolas financiaron mediante facturas falsa el arreón final
de la campaña del referéndum sobre la OTAN, una vez que la AP de Fraga le dejó
colgado de la brocha frente a su electorado.
Hoy González es muy distinto, entre otras cosas porque ha
sucumbido a los encantos del poder real, porque ha probado las mieles de sus
lujosas amistades, justo al contrario que el uruguayo José Mujica, porque ha
hecho su elección, renunciando a vivir como piensa para pasar a pensar como
viven él y sus amigos.
1 comentario:
Una interesante reflexión ...
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