Lo malo de lo que viene ocurriendo en Cataluña desde hace ya
demasiados meses es que sobran los gestos y las coreografías y falta política.
Lo peor, que, cuando intentamos buscar un culpable, nos perdemos en la noche de
los tiempos y los encontramos en todas partes y de todos los colores.
Hace ya tiempo que decidí no dar ni quitar razones a nadie
por sus siglas. lo aprendí de Antonio Gutiérrez, el líder de Comisiones
Obreras, de quien escuché una frase tan sabia como ésta: "no se puede
pretender tener razón por haberla tenido". Esa es la clave, nos alineamos
junto a un partido por quienes lo integran o por lo que hizo y alienamos
nuestro pensamiento, entregándoselo a sus líderes como una ofrenda libre de
cualquier espíritu crítico, amordazándonos nosotros mismos, sin caer en la
cuenta de que ese silencio, esa falta de réplica a lo que la merece, acaba por
alejar a esos líderes de las bases y los votantes de ese partido, aislándolos
en una campana de cristal, hasta que, como ocurrió con el penúltimo PSOE, la
urna de cristal acaba saltando por los aires.
Se olvidan de nosotros, no cumplen lo prometido, lo que
debiera ser como un contrato y tratan de suplir ese olvido con gestos, con
aspavientos que pretenden para sus adentros como señales con las que reclamar
la atención y renovar fidelidades entre sus seguidores. Lo acabamos de ver con
Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, a la que poco a poco se le escapan
asuntos del día a día de la gestión de su ciudad, y que, en cuanto puede, no
sin hacer equilibrios en el alambre, despliega una colección de gestos a
destiempo, que, mal explicados, siembran la duda y el desconcierto entre
quienes, como yo, la recuerdan como una brillante dirigente ciudadana, perdida
hoy en esas evidentes ansias de poder que reafirman tantas fidelidades como
muros de estupor levantan.
Su negativa a recibir al rey en Barcelona, en lo que ella
misma ha llamado "besamanos" y pleitesía, cuando no es más que u acto
de cortesía, para, apenas unas horas después, sentarse a compartir mesa, mantel
y discursos con él. Se equivoca la alcaldesa porque, por más que se empeñe, ese
primer acto del que se ausentó no era más que la bienvenida al jefe del Estado,
monarca porque así se acuerda en la Constitución, cambiémosla, yo me apunto, lo mismo que se
recibiría a cualquier otro jefe de estado, con pinza en la nariz o sin ella.
Lo de Ada Colau, que se ha vuelto contra ella o que, al
menos, no la ha beneficiado pese al roto causado, es prácticamente igual a lo
de Roger Torrent, el president del Parlament, que, en un acto con la judicatura
en el Colegio de Abogados de Barcelona, se arrancó en defensa de los
"presos políticos" catalanes, ante la cúpula judicial catalana y el
odioso, al menos para mí, ministro de Justicia, Rafael Catalá, causando una
"espantada" de los jueces y el reproche de la presidenta del colegio,
que, ante la estupefacción del propio Torrent, le dijo "por lo bajini” que
lo que había hecho "no tocaba" allí y en ese momento.
Ese es el mayor problema. los nuevos líderes se consumen en
gestos dirigidos a sus bases, más que en políticas realmente transformadoras o,
en todo caso, beneficiosas para la ciudadanía. Y la culpa la tienen en gran
parte los medios de comunicación que atienden más a esos "gestos" que,
a los logros de sus protagonistas, llevándolos por el camino fácil del
aspaviento y la "repercusión". Y si a lo anterior le sumamos las
"coreografías" que, perfectamente coordinadas, con banderas y cacerolas se organizan como complemento a todos esos gestos simbólicos, curiosamente no contra el rey sino contra "el borbón" que a nadie dan trabajo, a nadie dan casa o sacan
de pobre. Demasiados gestos, demasiadas manifestaciones y concentraciones
organizadas desde arriba que eclipsan lo importante, pero no lo solucionan. Gestos que son incoherentes con sentarse luego a la misma mesa de quien es objeto de su indignación.
Ya para terminar, un recordatorio: también la
Conferencia Episcopal organizaba sus coreografías en la plaza de Colón para
forzar al gobierno a someterse a su moral recortando nuestros derechos, en
especial los de las mujeres, también aprovecharon cualquier tribuna para
criticar, cuando no para chantajear a los gobiernos de turno, y, si critiqué
aquello, el mismo derecho tango a criticar esto.
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