Cuando, la noche del domingo, vi y escuché, que son cosas
distintas, la entrevista que hizo Jordi Évole a Juan Luis Cebrián, sentí rabia
y vergüenza. Rabia, al comprobar el descaro y la soberbia de quien fuera mítico,
también para mí, director de un no menos mítico diario EL PAÍS, mitos de los
que, en uno y otro caso, apenas queda ya nada. La vergüenza la sentí al tener
que reconocer que ese personaje torpe, escurridizo y en todo momento a la
defensiva es el mismo por el que yo, un día no tan lejano, sentí admiración y
respeto.
A estas horas, sigo preguntándome qué delirio le llevó a
conceder entrevistas a medios tan lejanos a sus intereses y, previsiblemente,
nada amables ni sumisos para con quien se había comportado con ellos como la
reina de corazones del cuento de Lewis Carroll, pidiendo a troche y moche las
cabezas de quienes osaron poner en duda su buen nombre.
Estoy hablando de que, aunque una y otra vez negó haber dado
él mismo la orden de despedir de los medios del grupo PRISA a los colaboradores
procedentes de la Sexta o El Confidencial, lo cierto es que, salvo raras
excepciones, todos, uno tras otro, dejaron de participar en ellos como
columnistas o contertulios. Una circunstancia que convierte en inexplicable su
osadía al comparecer en Onda Cero y La Sexta, con Évole o Alsina, para, como
diría Umbral, "hablar de su libro".
No sé si lo suyo fue osadía, imprudencia, soberbia o
aplicación de la vieja consigna de "que hablen de mí, aunque sea
bien", pero lo cierto es que no debió pasarlo muy bien ni salir muy
contento de un par de entrevistas en las que sus interlocutores no se dejaron
preguntas en el tintero ni dejaron de exigir las explicaciones pertinentes a
sus respuestas evasivas.
Nada que ver con otra entrevista, la que concedió a Javier
del Pino y José Martí Gómez, horas antes en la Cadena SER, de la que, sin duda,
salió más satisfecho y relajado, porque a pesar de que así lo anunció Javier,
viejo amigo y compañero, al comienzo de la misma, en casi una hora de
conversación no se habló de Panamá ni ningún otro papel. Lo digo, porque me
tomé la molestia de escuchar ayer el podcast de la conversación que coincidía
con mi obligatorio deambular dominical por El Rastro y, salvo un momento, casi
al final de la entrevista, por el que parecen haber pasado las tijeras, y no
sería la primera vez que eso ocurre en un podcast de la SER, los malditos
papeles no aparecieron.
Aun así y confiando en que se le pregunto por ello, no soy
capaz de imaginar a un señor que utilizaba un ascensor privado y se hacía
acompañar de guardaespaldas para acudir a las entrevistas en su casa, dos
plantas más arriba de su despacho, se dejase preguntar en ella por algo tan
incómodo.
Sí le preguntaron en Onda Cero y en la Sexta, donde también salieron
a relucir las acciones de Star Petroleum que, aclaró, ya no valen nada y le
fueron regaladas por un amigo, amigo también de Felipe González, a cambio de un
favor. Le preguntaron y fue uno de los momentos más tensos de la noche. Tanto,
que salió del paso negándose a explicar sus contradicciones, que, dijo, sólo
comparte con su psiquiatra, su psicólogo y, antes, con su confesor, supongo que
recordando su pasado pilarista, del que no parece haber renegado. Sentí
vergüenza, mucha vergüenza, al comprobar como este señor, al que durante muchos
años tuve como referencia, se escabullía como un Roldán cualquiera, como un
Granados o un Bárcenas del barrio de Salamanca, de un asunto que raya
claramente en la corrupción, algo para lo que, al otro lado de la mesa, él
hubiese sido implacable.
La rabia, bastante como para decirle cuatro cosas a la cara,
de no haber una corte de guardaespaldas, asesores y secretarias de por medio
asesores, me vino cuando le escuche hablar con tanto desapego del ERE de EL
PAÍS o de la precarización del empleo en el periodismo o cuando no movió una
pestaña, ni dio una explicación convincente a la circunstancia de que, mientras
EL PAÍS despedía a la mitad de su plantilla, condenando a sus redactores,
algunos ya cincuentones, a convertirse en parados de larga duración de una
profesión en crisis. Rabia y vergüenza, sí y cada vez menos fe en la SER, en la
que el mismo personaje entrevistado por Évole, Cebrián, salió más que
favorecido. Y eso, a pesar de que se nos prometió una imparcialidad que brilló
por su ausencia, porque amabilidad la hubo tanto por parte de Évole como de
Pino.
2 comentarios:
Realmente alucinante...
Un potente análisis de la entrevista. No la vi entera pues me puede el dedo del 'zapping' cuando algo me repugna. Valor el tuyo por escucharla entera.
Un abrazo de un seguidor (desde los primeros días) de El País.
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