La verdad es que no sé qué carta quedarme con el alcalde que
nos ha tocado en suerte, mala suerte, a los madrileños. Uno podría pensar que
lo suyo es maldad, maldad para impulsarse en el trampolín del egoísmo de unos
cuantos, los que no son capaces de coger el metro o el autobús para ir a
comprar un libro o un abrigo al centro, aunque implique horas de cola en la
entrada de un parking, aunque con ello contribuya con esmero al envenene
amiento del aire que es de todos, maldad para, con ese apoyo que ignora conscientemente
el futuro de los niños a los que condena a vivir en una cámara de gas que mata
poco a poco, pero mata, el resto de su vida, arrancar los votos de aquellos que
sólo piensan en sí mismos y en el instante en que viven, para acabar con el
gobierno municipal que, con sus luces y sus sombras, inició la transformación
más radical de la ciudad que han visto los madrileños.
Fue una maldad recompensada, porque, a la estrategia de ese
candidato, hoy alcalde, que pretendió hacernos creer que con su scooter de pijo
podía quedarse atrapado en un atasco, mientras alguno de sus colaboradores
grababa en vídeo sus lamentos, sumó la imprudente osadía de recurrir a Vox para
sumar con ciudadanos los votos necesarios para desalojar a Manuela Carmena de
la alcaldía. Maldad para dejarse agarrar por los cataplines por quienes no
creen en la igualdad de los seres humanos, sin que importe de dónde vengan ni
qué color tengan, no creer en la violencia machista que ha matado a más de mil
mujeres desde que se lleva a cuenta, apara no creer en los derechos del niño,
para no creer en la Constitución, ni en todos esos tratados internacionales que
nos obligan a hacerlo.
Almeida, como un Fausto vulgar de este siglo, pactó con Vox,
le vendió su alma a cambió de la vara y el sillón de alcalde, sin darse cuenta
de que, desde ese momento, el ultraderechista Ortega Smith, el socio que eligió
para llegar a un cargo que, a él, tan chiquitín y no sólo en estatura, le queda
grande, muy grande, es el dueño, si no de sus pensamientos y discursos, sí de
sus actos, marcándole el camino a seguir, so pena de que la vara de alcalde y
todo el boato que conlleva y tanto e gusta, acabe desvaneciéndose en una moción
de censura.
El alcalde chiquitín debe creer que no nos damos cuenta de
que el grandullón de la clase, Ortega, le tiene acogotado. Cómo interpretar si
no que pretenda haceros creer que envolver el belén que luce en el ayuntamiento
responde, no a una presión de Vox, sino a una "tradición familiar"
que ni yo, a mis casi sesenta y cinco años, ni ninguno de aquellos a quienes he
preguntado, un hijo de guardia civil incluido recuerda. tampoco el ayuntamiento
de Madrid, como la Casa del Correo, la sede de la Comunidad han tenido nunca
banderacas tan enormes como las que, redundantes, lucen en sus fachadas en ese
pique con los balcones catalanes, tan inútil como el de "pocas" luces
entre el mismo Almeida y el alcalde de Vigo.
Creo que esos comportamientos son propios de un insensato y
que la desfachatez del alcalde, en éste y otros casos que ya ha habido y habrá
sin duda, no tiene límites. Porque qué otra cosa es intentar, ayer, hacerse
pasar por ecologista en la cumbre del clima, cuando todos sabemos que sólo los
jueces han impedido que el alcaldillo valiente desmantelase "Madrid
Central" como había prometido en la campaña electoral y pretendió hacer al
día siguiente se su investidura. Sí, es desfachatez, sin duda, pero es también
estulticia, porque parece ignorar que las hemerotecas y nuestras retinas y
oídos están rebosantes de imágenes y sonidos que a cualquiera con un poco de
decencia o, al menos, dos dedos de frente le harían salir los colores, pero,
desgraciadamente, no es el caso y, si Madrid ha visto descender significativamente
sus niveles e contaminación no ha sido gracias a su gestión sino a la ordenanza
de Carmena y a que, afortunadamente, vivimos en un estado de derecho en el que
los jueces velan por que el último en llegar no eche abajo el esfuerzo de toda
una legislatura, aunque no haya sido la suya.
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