Cualquiera que haya asistido en cualquier fiesta, y en este
país hay muchas, al lanzamiento de fuegos artificiales sabe que comienzan con
unos pocos cohetes, para, después, estallar en una apoteosis de fuego, ruido y
humo, tras la que, poco a poco, todo se apaga y sólo nos quedan el olor a
azufre de la pólvora quemada y el zumbido de los oídos. Luego, cada uno a su
casa, a descansar o no, porque a la mañana siguiente, todo tiene que volver a
funcionar.
Quiero creer que eso que tenemos tan interiorizado es lo que
va a ocurrir con la cohetería de Vox que ayer, con la osadía mal calculada de
Ortega Smith, comenzó a vivir el final de su odiosa apoteosis o, al
menos, eso es lo que deseo, con el "numerito" montado por el
"aguerrido" concejal Ortega Smith que, acostumbrado a hablar para sus
convencidos, se presentó ante un auditorio de concejales en el que estaban
todos los partidos, no sólo sus socios, y, sobre todo, estaban quienes luchan
contra la violencia machista que ellos niegan las víctimas de esa lacra social
que Ortega y sus compinches se empeñan en negar.
No sé qué reacción esperaba el portavoz de Vox en el
Ayuntamiento de Madrid después de acusar a los presentes, víctimas y quienes
las defienden, de vivir de "chiringuitos", pero tuvo la que merecía: el
pataleo que puso sordina a su osadía pero cobarde discurso y la reacción
valiente de Nadia Osmany, una mujer musulmana, inmigrante, feminista y víctima
de la violencia machista, sentada en una silla de ruedas desde que su cuñado le
"metió" tres tiros cuando trataba de salvar la vida de su hermana, a
la que él estaba agrediendo.
Está claro que Ortega Smith no contaba con que, en
territorio amigo o lo que él creía territorio amigo, le iban a sacar los
colores delante de las cámaras y los micrófonos que grabaron el reproche a
gritos que esta valiente mujer que ya una vez se interpuso entre las balas de
su cuñado y su hermana, a su ya manoseado discurso de que todo es inventado,
que todo es una exageración para quedarse con el dinero de las subvenciones,
para montar esos chiringuitos, de los que viven las "feminazis" que
tanto odian.
Ortega Smith, Vox, esperaba que "orinando" el acto
en el que cada año se recuerda a las víctimas y se premia a quienes las
defienden, extendería su territorio "machirulo" como viene haciendo
cada vez que hay una convocatoria similar, arrancando o tapando con sus
ofensivas pegatinas cualquier cartel con el que no comulguen, pequeñas
victorias, al menos eso piensan contra lo que odian. Eso es Vox, una colección
de resentimientos que, por excesivos, por fuera de lugar, por retrógrados, no
caben en el mensaje del PP, aunque, está claro, sí en sus objetivos.
Llegados a este punto, creo que los votantes de Vox son una
cosa, desde hooligans de la política, casi siempre de derechas, pro no
sólo, a nostálgicos de un franquismo que, muchos de ellos, ni siquiera
conocieron. Del mismo modo también creo que sus dirigentes son esa casta
acomodada gracias a los privilegios de pertenecer a una clase, los Espinosa de
los Monteros-Monasterio, ricos herederos de fortunas conseguidas vete a saber
cómo a los que estorban todas las leyes, más las que persiguen la justicia
social y la igualdad de oportunidades a la que la redistribución de la renta a
través de los impuestos nos acerca.
Una descripción, la anterior, que bien podría encajarles a
algunos dirigentes del PP, como también les encajaría, ahí está Ruiz Gallardón,
el machismo paternalista que quiere acabar con la ley del aborto o la educación
que ciudadana, porque no quieren la igualdad de derechos de las mujeres ni,
mucho menos, la de los pobres. Ahí están los Quicos, los legionarios de Cristo,
el Opus Dei y todas las sectas de misa dominical o diaria donde lavarse la
conciencia y visitas al banco o el agente de bolsa, donde reside el verdadero
objeto de su adoración.
Lo que ocurre es que, como dijo el sabio, se puede engañar a
unos pocos todo el tiempo o alguna vez a todos, pero no se puede engañar a
todos todo el tiempo. Vox ha sido muy imprudente creyendo que su discurso lleno
de falsedades iba a convencer a todos. Creyó que el crecimiento fulgurante de
las últimas elecciones, ayudado por la homologación, interesada, pero
homologación al fin ya la cabo, que PP y Ciudadanos le dieron en Andalucía, era
algo más que una alianza circunstancial. Pero no se paró a pensar que su
discurso tizna, que su discurso lo emponzoña todo y salpica a sus socios.
El descaro insolente y cruel con que ayer se dirigió ayer
Ortega al auditorio se volvió indefendible, incluso para e alcalde del PP. Hoy
el PSOE busca su reprobación en el pleno y espero que cada uno se retrate,
colocándose junto a Ortega o frente a él.
Esperemos que en la traca de ayer Vox haya quemado la mayor
parte de su pólvora y que, de aquí en adelante, todo el mundo sea consciente de
lo que son capaces y obren en consecuencia
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