No me gusta el circo. Me aburre y, en ocasiones, me deprime.
Pero, aun así, tengo que reconocer que los volatines y piruetas de algunos
acróbatas me sorprenden, cuando no me admiran. Lo mismo me ocurre con la
Justicia. Me aburre, me deprime y las piruetas de algunos magistrados me
sorprenden y admiran.
Me acaba de ocurrir con la decisión de las magistradas del
TSJ de Baleares, que decidieron consentir que el cuñado del rey Felipe espere
la decisión del Tribunal Supremo sobre su previsible recurso a la sentencia que
le condena a seis años y tres meses de prisión, paseando por las orillas del
lago Leman o perdiéndose por las calles de la ciudad de Calvino, sin más
compromiso por su parte que firmar una vez al mes en la comisaría más cercana a
su domicilio en Ginebra.
No lo entiendo y, por eso, todavía tengo los ojos como
platos. Sólo les ha faltado pedirle perdón por las molestias y encargarle unos
bombones. No lo entiendo, del mismo modo que no entendería que se hubiese
ordenado su ingreso en prisión si es tanta la confianza en él del tribunal como
para permitirle disfrutar de la nieve, las montañas y las hermosas ciudades de
Suiza.
Tampoco entendí que se diesen por buenas las explicaciones
de la hija del rey jubilado para librarla de cualquier responsabilidad sobre
los negocios de su marido, a pesar de que, para algunos asuntos, era
preceptiva su firma y la aportó alegremente porque estaba enamorada de su marido,
infiel y un tanto zángano, al que no se conoce oficio ni beneficio, salvo su
tendencia a perseguir el dinero fácil y, por lo que dejó escrito en su correo,
las faldas. No lo entendí, pero estoy dispuesto a creer que el amor es ciego y
Cristina Borbón sincera.
Lo que me subleva es que pretendan hacernos creer que Iñaki
Urdangarín tiene arraigo en Ginebra y no lo tiene en Vitoria, junto a su
familia, o en Barcelona, donde él y su esposa siempre han querido residir. Lo
entendería si el condenado Urdangarín tuviese un trabajo allí o si su familia
fuese a quedar en la indigencia si regresasen a España. Pero, si la memoria no
me falla, cuando el matrimonio tomó la decisión de establecerse en Ginebra, lo
hizo para huir del comprensible acoso de la prensa, sin que la señora Borbón
tuviese dificultad alguna para encontrar trabajo en la Fundación Aga Khan, como
tampoco lo tendría ahora en retomar el que dejó en la Fundación la Caixa en
Barcelona.
No lo entiendo y me escandaliza, como supongo que
escandaliza a todos los ciudadanos de cualquier ideología, monárquicos o no,
que pagan sus impuestos y se sienten estafados por Iñaki Urdangarín, primero, y
por el tribunal que tantas deferencias ha tenido con él, después. Y es que, si
la Justicia no debe empeñarse en ser ejemplarizante, porque dejaría de ser
justa, si debe esforzarse en dar un mal ejemplo a los ciudadanos, algo que, en
este caso, en mi opinión, el tribunal no ha conseguido.
Naturalmente, es difícil encontrar ejemplos de gente humilde
que tenga que esperar la casación de su sentencia ante el Supremo. Normalmente,
los humildes no tienen dinero para pagar caros abogados que lleven su caso ante
el Supremo. Tampoco tienen casa en Suiza, ni les acompañan guardaespaldas que
pagamos todos. Sólo se me ocurre poner el ejemplo de un tipo con la misma cara
dura y falta de escrúpulos que el cuñado del rey, soez y boquirroto como él
cuando se cree a salvo fuera de los focos y al teclado de su ordenador, aunque,
en estatura, ambos no son comparables. Estoy hablando de Álvaro Pérez, el
"bigotes" de la Gürtel, pero, claro, ni su apellido, su esposa, la
familia de su esposa ni su arraigo son los de Urdangarín, por eso el bajo está
en la cárcel y el alto paseando por Ginebra.
1 comentario:
Muy bueno...
Publicar un comentario