Corren malos tiempos para la lírica, corren malos tiempos
para los aduladores y, sobre todo, para los mentirosos. Las viejas formas de la
política, las de fiarlo todo al futuro ya no sirven, entre otras cosas, porque,
de repente, el futuro no existe y, para que exista va a tener que ser muy
distinto del que hasta ayer mismo habíamos previsto. No somos capaces de ver el
futuro y el pasado, ese pasado frívolo y cruel del que venimos nos persigue y
nos castiga hoy de golpe y sin distinguir clases, edades, colores o ideologías.
En este país en que vivimos, demasiado a menudo, engañados o
conscientes, los votantes han dado el poder a quienes les han regalado el oído
y, sobre todo, les han acariciado el bolsillo. Demasiado a menudo se han hecho
oídos sordos a las advertencias y las quejas de los trabajadores de la Sanidad
Pública, también de la Enseñanza, que desde hace año vienen quejándose de los recortes,
de la falta de recursos y de personal, de jornadas interminables, porque ante
una población cada vez mayor y cada vez más envejecida, cada vez se contrataban
menos profesionales y cada vez en condiciones cada vez peores.
Hasta ahora valía todo: las falsas promesas, las amenazas y
sanciones que ponían a los responsables de salud pública ante el espejo de la
triste realidad, del deterioro de las instalaciones y el material, de la falta
de estímulos a los nuevos profesionales, de la falta de incentivos para los
profesionales de la Sanidad, que se incorporan con contratos de días, si no de
horas, hoy aquí, mañana allá, y se les exige como a cualquiera, a cambio de un
sueldo escaso, sin la menor seguridad de continuidad en su puesto de trabajo,
si es que a lo que tienen se le puede llamar puesto de trabajo.
Hasta ahora valía todo eso, porque los responsables de cuidar
de nosotros, los que han malvendido parte de nuestros hospitales y centros de
salud y, si sólo fue parte, fue porque los trabajadores de la sanidad se
movilizaron, se gastaban millones de euros en publicidad, en campañas y
anuncios que confunden a la gente y compran voluntades, especialmente las de la
prensa, una prensa en horas bajas que renuncia a morder la mano que, con la
compra de anuncios, le daba de comer. Sólo eso explica que los usuarios de la
sanidad, los pacientes llegasen a creer que la ecuación que proponían Aguirre,
sus sucesores y consejeros, esa falsa ecuación que trata de hacernos creer que
la misma atención, presumen incluso de que mejor, en centros privados privada,
más el lucro empresarial y las consiguientes mordidas a quienes han de tomar
las decisiones, nos salen más baratas, algo que en casi dos décadas de
privatizaciones no ha cuadrado nunca.
Ahora les va a resultar más difícil el engaño, porque
bastaría acercarse a un centro de salud, a cualquiera, para ver que los
sanitarios, médicos, enfermeras y el resto de personal, trabajan prácticamente
"a pelo", sin las necesarias mascarillas, sin los trajes y los
guantes que les aíslen del virus que, inevitablemente, traen los pacientes que
acuden, sin los test que permitan separar a los ya contagiados de quienes no
debieran contagiarse, porque evitarlo sería posible, trabajando en jornadas
agotadoras, llenas de tensión y de ansiedad, con la sombra del contagio siempre
sobre sus cabezas y la pena añadida de no poder ver a sus seres seguidos,
porque ellos, los sanitarios, como primera línea de choque, como las
vanguardias en los ejércitos, son los que más posibilidades tienen de
caer.
Por eso, los que aún no se han contagiado, ya hay muchos
positivos entre ellos, padecen insomnio y ansiedad, no por miedo, que si lo
tienen lo esquivan, sino por responsabilidad, porque de sobra saben que los
sanitarios contagiados son uno de los principales vectores de contagio de la
pandemia y están viendo como caen sus compañeros, como las plantillas de los centros
van mermándose cuando su presencia es más necesaria.
No hay trajes de protección, ni mascarillas, ni gafas, no
hay kits de detección del virus, las UCI están al borde del colapso y todo
porque los responsables de que todo eso fuese suficiente ya en el primer
momento de la epidemia, estaban más en los cálculos, en el debe, el haber y
"lo que me llevo" que en echar el resto en las primeras batallas y en
movilizar recursos para que no faltase nada, porque eso que falta no es tan
caro, pero había que haberlo previsto, había que haber invertido en reservas
estrategias de todo ese material y de todo ese personal y se optó por
"vender", en anuncios y publirreportajes, una sanidad de cartón
piedra, muy caro por cierto, que a la hora de la verdad se ha desmoronado como
el castillo de naipes que en realidad era.
Estos dirigentes, hablo de Madrid, que han malvendido
nuestro tesoro y han gestionado la Sanidad Pública como lo haría un fondo
buitre, han tratado de echar tierra sobre el asunto, transmitiendo las primeras
consignas verbalmente, nunca por escrito, para guardarse las espaldas y, así,
poder quitarse de en medio cuando las víctimas mortales en centros que dependen
de ellos se apilan a la puerta de sus despachos. Demasiado acostumbrados a
hacernos creer que todo es como en el cuento de "Pedro y el lobo",
acostumbrados a acusar a las "mareas" de exagerar, han tratado de
convencernos de que el lobo no vendría, pero el lobo nos rondaba y ya está aquí, mordiéndonos
los tobillos, lo trajeron ellos.
Dicen que de todo se aprende y espero que aprendamos que era
una gran verdad eso de que vale más prevenir que curar, que, por eso, debemos defender activamente una sanidad públicau y que, si alguien nos
engaña una y otra vez, como nos han engañado estos señores, es porque somos tan
tontos como irresponsables.