lunes, 28 de marzo de 2016

PAN ENSANGRENTADO


Vaya por delante, una vez más, que no soy creyente, ni siquiera agnóstico, y que soy incapaz de sentir ningún respeto por una institución, la iglesia católica, incapaz como tal de deshacerse de tanta riqueza acumulada a lo largo de los siglos, para conectar ponerse al mismo nivel de los que sufren e intentar entenderles sin ánimo de conducirles "al rebaño" y defenderles de lo que unas veces son guerras, otras, dictaduras, y, siempre, injusticias como esta terrible crisis que asuela Europa.
No hay que negar, sin embargo, que, de vez en cuando, la opinión de alguno de sus dirigentes, más si se trata de la del papa, conmueve o debiera conmover a la opinión pública mundial, siempre que los medios de comunicación, claro, dejen de mirar a sus amos y se ocupen, más allá de sus intereses, de analizar las verdaderas causas de lo que está, nos está, pasando, porque, no hay que olvidarlo, en este mundo en que vivimos hoy, más que nunca, un estornudo en cualquier lugar del mundo se convierte en pulmonía en el otro extremo del mundo.
Escribo esto pensando en la poca difusión que se ha dado a las palabras de Jorge Mario Bergoglio en el coliseo romano durante el vía crucis del jueves santo, señalando a los fabricantes de armas como verdaderos responsables de tanto dolor como sufren hoy las víctimas de todo lo que hipócritamente llamamos conflictos: muertos, heridos, huérfanos y refugiados que día a día se asoman cansinamente a nuestros televisores y que, desde hace meses, cansados de tanto dolor sin esperanza, nos incomodan llamando a nuestras puertas, en las playas de Grecia, Italia o la misma España.
Dijo el papa Francisco que el pan que dan a sus hijos está ensangrentado y, aunque en la comodidad y el lujo de las mansiones en las que viven y en los caros colegios y universidades en los que se educan para seguir los pasos de sus padres no lleguen a enterarse, no van a dejar de ser ciertas las palabras de Francisco, porque en cada refugiado, en cada muerto, en cada herido podría encontrarse la traza de los negocios paternos, del mismo modo que en cada terrorista desesperado que, empujado por los que le prometen el paraíso y el perdón, también se podría encontrar esa siniestra traza.
Tiene razón Francisco, porque, de un tiempo a esta parte, los fabricantes de armas creen haber dado con la fórmula mágica para engrandecer aún más su negocio y que no es otra que la guerra "limpia", entiéndase para las grandes potencias, la guerra desde el aire. la guerra de "videojuegos", en la que no hay seres humanos, sino figuras que se mueven y los edificios se transforman en figuras geométricas de las que no importa que estén repletas de mujeres, niños o heridos y se convierten en objetivos que desaparecen detrás de una diana.
En esas guerras sin víctimas del primer mundo, guerras de las que no vuelven cadáveres en bolsas negras, dentro de cajas cubiertas por banderas, hay otras muchas víctimas, las que lo pierden todo y tienen que huir con lo puesto, las que se quedan sin padres, si escuelas y sin juegos para crecer en medio de los escombros, con metralla, balas y bombas como juguetes, víctimas que aún no sabemos en qué van a quedar y que van a sentir por los países que mandaron los aviones y las bombas origen de su "no futuro" y su desgracia.
Los fabricantes de armas y los gobiernos que se las compran, invirtiendo en bombas, misiles y aviones, lo que no son capaces de invertir en desarrollo e igualdad, los que no quieren ver la sangre de los suyos y se limitan a alterar el que hasta no hace mucho era, heredado de la guerra fría, el difícil tablero del próximo oriente, los que deshicieron los ejércitos de Libia e Irak, dejando sus armas, mandos  y pertrechos en manos del fanatismo, los que hacen negocios con la venta del petróleo que queda en sus manos y vendiéndoles más armas y más repuestos, los que dejan en la miseria y el terror a la mayoría de los ciudadanos que sólo quieren vivir y dejar vivir... esos fabricantes y mercaderes de armas y esos gobiernos son los que proporcionan la coartada a quienes siembran el terror en la vieja Europa, en Irak o en Peshawar, superándose en horror y dejando en evidencia a la alegre y confiada policía belga y a los medios de comunicación occidentales que no cuentan con el mismo interés los muertos que dejan sin nombre, porque los consideran ajenos.
Tuvo razón el papa, dejando a un lado la habitual hipocresía de la iglesia y dejándonos en su alocución del Coliseum una imagen para la reflexión, la del pan ensangrentado que los fabricantes de armas, los mercaderes del terror, dan a sus hijos.

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